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miércoles, 24 de octubre de 2007

Los ricos, si quieren vivir, tienen pobres. Si quieren robar, tienen leyes.
Los pobres, si quieren vivir, tienen pobreza. Si quieren robar, tienen cárcel.

El niño que todas las mañanas, con franela en mano, ocupa las cada vez más peligrosas calles y avenidas limeñas para limpiar las lunas de los carros; el que con prisa abandona las estresantes aulas escolares para dirigirse a los alrededores de los grandes centros comerciales para vender desde la comodidad de una vereda de cemento: chicles, cigarrillos y caramelos... o el que, en cuanta oportunidad se presenta, practica la aventura de robar en las vías públicas para calmar el incesante hambre, ¿Tendrán idea alguna en como el gobierno se vincula con sus vidas? Posiblemente no. Posiblemente no les interese el gobierno. Y posiblemente les parezca aburrido hablar de política. Sus vidas quedan reducidas a no cuestionar nada. Por que ni siquiera viven. Despertar para trabajar, trabajar para comer y descansar para recuperar fuerzas y volver a trabajar; no es vivir. Es sufrir.
Quizás uno de estos niños (de los tantos niños que limpian lunas en las calles contaminadas de Lima) vio alguna vez, durante su angustiante vida laboral, pasar a algún político (de los tantos políticos que roban cómodamente desde el parlamento) en la parte trasera de una costosa camioneta comprando votos con víveres o almanaques. Quizás sucedió alguna vez. Quizás no.
Puede que uno de los niños que vende caramelos, aprovechando las rutinarias y estériles actividades cívicas, haya visto a algún político subido en un estrado comunicando un extenso discurso, que nadie llega a entender, pero que todo mundo aplaude. Puede que haya sucedido alguna vez. Puede que no.
Posiblemente el tercer de los niños si haya conocido alguna vez con mayor cercanía la presencia de la autoridad gubernamental. Sus castigos, sus leyes y su represión. No siempre se puede zafar del “atraco” sin ser capturado por la policía.
Las comisarías y ejércitos se sustentan del miedo de las personas, por eso necesitan macanas, armas de fuego, cárceles y leyes. Pero, ¿Quién condena este sistema injusto que le roba la vida y las esperanzas, a miles y miles de niños en todo el mundo?
¿Los gobiernos? ¿Las empresas? No.Ellos refuerzan este sistema.
Ellos condenan y castigan a todos estos niños. Siempre ha sido así, precisamente, para ello existen.

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